martes, 26 de enero de 2021

El hombre de los mil años

 Hace unos días escuchaba una conversación no recuerdo donde, que no recuerdo quien decía algo que no me he podido olvidar. Hablaban de la soledad, la verdadera soledad. 

Imagínese un hombre congelado en el tiempo que se descongela en en mil años, el motivo de su congelamiento póngalo usted. Aquél hombre no sabe donde está, no sabe como ir de un lugar para el otro. No conoce el lugar donde está, posiblemente estará en una ciudad tan diferente, posiblemente evolucionada que la velocidad de las cosas le darán vértigo. Sus libros han dejado de existir, sus relatos serán incomprensibles. La comida tendrá otro sabor, no sabrá qué comer. Con el tiempo subsistirá, tal vez robando algo, tal vez viviendo de la generosidad de otros humanos que tendrán para él un aspecto extraterrestre. ¿Seguirá existiendo su país, su barrio, su apellido? 

En aquella conversación hablaban de el Irishman, la película. Yo no la ví, pero el tema venía parecido. Estaba solo y nadie ya conocía sus costumbres, su forma de ser. No tenía ya amigos ni lugar, nadie ya recordaba sus recuerdos. El hombre de los mil años tendría también esa misma angustia de ser alguien que todos desconocen. 

¿Podrá el hombre de los mil años seguir siendo él si ya no tiene lugar donde serlo? Aquel hombre se preguntará quién es y sentirá que ya no puede serlo. ¿Cómo poder ser uno mismo si todo lo que se es tiene que quedar dentro de sí mismo?

El hombre de los mil años será un extranjero vaya donde vaya. Tal vez esto es la vejez, todos tus amigos han muerto, el mundo se mueve a la velocidad de lo novedoso y nadie ya tiene el interés de conocerte. 

Tal vez la realidad, la juventud, la vejez, el tiempo y la fantasía son habitaciones construidas con el mismo material que se construyen los sueños.