viernes, 17 de febrero de 2017

El viejo sueño de volar. Parte 3

La casa de mis abuelos otra vez. Esta vez no era un lugar sereno y dulce con olor a pasta frola. Esta vez estaba aterrado. Las ventanas no existen. Las paredes descascaradas dejaban a la vista los viejos bloques de cemento quemados por el tiempo. Lo peor era el viento. Suave, constante, sucio y caliente, quemando todo lo que tocaba. Ya nadie vivía en ese lugar, hace muchos años que los habitantes de esa casa han muerto. Unas arañas negras y pesadas aparecen caminando desde las ventanas y lo cubren todo, como un tapiz oscuro que crece, que me acosa y que me aterra. Quiero escaparme de ellas, pero no puedo correr. Nunca puedo correr en los sueños. Las arañas me alcanzan, empiezan a cubrir mis pies y no me dejan moverlos. Algunas se trepan por mis piernas mientras otras caen del techo y me cubren los ojos y toda la cabeza. No puedo ver ni escuchar nada. Envuelven mis brazos, mi pecho, se meten en mi boca y me toman prisionero. Soy completamente de ellas, soy su víctima que está esperando el golpe final, pero se detienen. Me tienen inmóvil, atrapado a oscuras. A pesar del calor infernal siento frío. No puedo hacer nada. Lucho por sacármelas de encima, pero mientras más lo intento más y más siguen llegando para mostrarme su poder, lo sé porque esa cáscara de arañas que me cubre se vuelve cada vez más pesada. No tengo escape. Me quiero entregar. Me siento pequeño, débil y muerto. Que hagan de mí lo que quieran.


Todo mi cuerpo está frío, creo que es por el miedo. Sólo puedo pensar y a duras penas respirar. Entre mis pensamientos encuentro uno que crece, como una idea que me está buscando: me doy cuenta que odio las pesadillas, nunca puedo escapar de ellas. Trato de gritar, para que alguien me escuche: a veces puedo gritar en el mundo real y mi propia voz me despierta. Lo intento, pero mi voz es un gemido lastimoso. Pienso en Lucía, la chica de ojos negros que he visto, una vez en sueños y otra vez en la realidad. ¿Por qué pienso en ella ahora? Dejo de gritar e intento susurrar: "Lucía, te necesito..." las palabras son apenas un suave movimiento de aire que ni puedo escuchar.

Las arañas están robando todo el calor que mi cuerpo genera, pero de pronto siento algo cálido en la nuca. Es agradable pero aterrador. Es como si una mano amiga me estuviera tocando, lo que me da más miedo. Tal vez las arañas finalmente me están envenenando para anestesiarme y comerme. Sí, es una mano lo que siento, no son las arañas. Es una mano suave, delicada, me gusta. Me agarra cada vez más y más fuerte, me da seguridad y confianza, es una mano que me dice que no estoy solo. De a poco me empieza a arrastrar, mi cuerpo toma fuerzas y se mueve, aunque las arañas luchan por retenerme. La mano se hace más fuerte, me arrastra unos metros y el peso de las arañas disminuye, me muevo cada vez más rápido. Súbitamente estoy viajando a miles de kilómetros por hora, las arañas se desprenden de mi cuerpo porque no tienen la fuerza para retenerme. Puedo sacudir mi cuerpo para sacármelas de encima: agito mis brazos, piernas y cabeza. Desesperado las arranco de mis pelos largos por la fuerza, tomándolas con mis manos denudas: su piel peluda y rasposa me da asco, quiero vomitar todo lo que tengo adentro. Quiero vomitar miedos, sentimientos, lágrimas acumuladas por años de no llorar, quiero vomitar las palabras de amor que no me animé a decir durante toda mi vida por cobarde. Algunas arañas se aferran a mi cuerpo con sus patas aserradas, hago tanta fuerza que en mi ropa quedan pequeños desgarros horribles, negros y pastosos. Todo sucede mientras caigo por ese abismo infinito. La última estaba a la altura de mi corazón: era la más grande de todas. No sé si se puede decir que las arañan miran, pero esta me miró. Esos ocho ojos asquerosos me querían decir algo, pero yo no quise escuchar y ella lo entendió. Sin hacer nada dejó de retenerme y saltó al vacío: rápidamente desapareció en el vacío del cielo infinito.

El viento me pega en la cara, la adrenalina que mi cerebro inyectó por el miedo aún recorre mis venas. Recién en ese momento me doy cuenta que aún alguien me sostenía de la nuca. Cuando me doy vuelta la veo, sonriente, llena de luz, totalmente en paz. Lucía, siempre Lucía.

-Hola Pablo, ¿estás bien? Escuché que me has llamado. Estabas en una pesadilla.

Sus ojos negros me cautivan. Mi cuerpo se relaja y termina de absorber el shock de adrenalina. Empiezo a temblar y a sentir el vértigo de la caída libre. Veo el suelo acercarce tan rápido que me asusto. Grito. Me despierto.

-Mierda.- Me digo a mí mismo.- Terrible pesadilla.

La luz de la luna llena que entra por la ventana me pega en la cara. Son las cuatro y treinta de la mañana. Me siento en el borde de la cama y me tomo el vaso de agua que siempre dejo en la mesa de luz para tomar a la mañana. Estoy aterrado, pero feliz. ¿Es verdad que me puedo comunicar con Lucía en los sueños? Sí, estoy seguro que es verdad. Necesito relajarme un poco: veo que aún tengo la mitad del porro de hash que me fumé hace un par de días. Me voy al balcón y lo enciendo. La noche está un poco fría pero agradable, justo lo que necesito. Siento el aire fresco en mis pulmones y me hace muy bien. Uf, quiero volver a encontrar a Lucía en mis sueños. Un hombre muy viejo pasa en bicicleta por la calle. ¿De donde viene? ¿A donde va? tal vez trabaja en la fábrica de cerveza que hay cerca de casa y tiene que empezar el turno pronto. Tal vez no. El sonido de la bicicleta marchando por la calle vacía entre los autos dormidos es lo único que se escucha. Es un sonido hermoso navegando entre un silencio hermoso. El porro me pega, pero suave y bien.

Estoy soñando otra vez. Estoy en un bosque en primavera: un sol suave, pajaritos cantando y olores dulces. Mucho verde. Frente a mí está Lucía. No se como terminé allí con ella, nunca recuedo el principio de los sueños.

-Hola Pablo, ¡que bueno volver a encontrarte en un sueño! Has tenido una terrible pesadilla, escuché que me llamaste y fui a buscarte. Gracias por confiar en mí.

-Sí, estoy muy bien. Tenía ganas de verte, estoy feliz de volver a encontrarte. Gracias por salvarme de en esa pesadilla.- dije, un poco tímido.

-De nada. No te preocupes, todos tenemos pesadillas. Tal vez alguna vez te llame para que me ayudes.- Me dijo mientras me guiñaba un ojo.- Tu pesadilla estaba llena de arañas, veo que estás descubriendo tu ser animal, la verdad estoy sorprendida.

De nuevo no entendía de que me estaba hablando. Se ve que aún tengo mucho por descubrir.

-Pero bueno, después podemos hablar de eso. No es algo de lo que te debas preocupar ahora. ¿Tienes ganas de soñar conmigo? Me gustaría mostrarte algo.

-Obvio.- Le dije. Y juntos nos perdimos en el bosque.


No hay comentarios:

Publicar un comentario