miércoles, 30 de agosto de 2017

Festival Psy-fi 2017

Estoy en el norte de Holanda, en una ciudad llama Workum. Cuatro mil habitantes, todos granjeros. Casi no tiene calles, es más fácil moverse en bote por los canales de agua. Es una ciudad silenciosa, reciclan los residuos y a la noche el ayuntamiento apaga las luces que no se necesitan para disminuir al mínimo la polución lumínica: quieren volver a ver las estrellas. Anoche dormí 16 horas, nuevo récord. No, ni me drogué ni me desmayé borracho en alguna fiesta loca. Lo que pasó es que estuve en un festival de música y arte en Leeuwarden, Psy-Fi 2017.

Una de las cosas que más me llamó la atención fueron los trabajos de los artistas, como por ejemplo esta super mandala hecha al crochet. Gracias Hiske por posar para la foto!
Estructura 3D hecha con superficies tejidas al crochet, armada en el bosque. De noche estas estructuras estaban iluminadas con luces negra y de colores, creando efectos visuales realmente impactantes, de tal manera que caminar en el bosque era una experiencia muy interesante. 
Los festivales europeos son algo nuevo para mí, en Argentina no tenemos esas cosas. Ya escribí sobre ello en una entrada sobre otro festival, BOOM 2016, pero nunca llegue a publicarla. Estos festivales se sostienen en cuatro pilares: música, arte, sexo y drogas. Si bien puedo intentar describir independientemente estas cosas, la verdad es que van de la mano. Las drogas estimulan los sentidos para disfrutar la música y el arte. El arte expresa el deseo sexual reprimido, sobre todo el femenino y explora la sensibilidad masculina. La música es pensada, diseñana y ejecutada de tal forma que te acompañe en los viajes psicodélicos y el sexo se encuentra en todas partes. Según mis cálculos habría unas diez mil carpas (tiendas para los lectores ibéricos) amontonadas en un precioso bosque cercano a Leeuwarden, en donde sucedía de todo.

 Muestrita del arte y música, en el escenario principal del festival. 

La entrada no es barata, para cuatro días de festival debes pagar entre cien y ciento cuarenta Euros, depende de cuando la compres. Yo fui una semana y no pagué nada pues estuve trabajando conduciendo un taxi-bicicleta. Me dieron comida gratis para toda la semana, acceso a todos lados y ciertos privilegios, como poder entrar con mi propio alcohol a los escenarios principales. Básicamente podía ir a cualquier lugar sin que me chequeen los tipos de seguridad. Eso es justamente lo que hice.

El taxi-bici que manejaba tenía lugar para dos personas más el conductor y un motor eléctrico que me ayudaba a pedalear en el caso de que me quede sin piernas. El último día mi amigazo el motor eléctrico hizo prácticamente todo el trabajo. Calculo que hice unos veinte viajes por día, más o menos treinta kilómetros. El trabajo de taxista es muy complejo. No solo hay que convencer a la gente de que les es conveniente subirse a tu taxi, si no que además tenés que aprender todo un abanico de habilidades. Muchas veces las personas necesitan ayuda  para llegar a destino o con el equipaje, pero muchísimas otras simplemente necesitan escuchar lo que quieren escuchar. Cuando descubrí eso entendí de porqué en Buenos Aires se dice que los taxistas, además de choferes, también son psicólogos.

Sem me paró mientras daba vueltas buscando clientes. Fuimos con su novia a un camping a diez minutos porque necesitaba buscar el auto para ir de compras (no se podia ingresar el auto al festival) y me dijo que vuelva en dos horas. Dos horas después lo pasé a buscar. Esta vez, además, también llevaba varias bolsas de un supermercado. Todo bien, volvimos al festival en la bici-taxi y cuando llegamos me dio los correspondientes diez euros y una propina: un billete de cinco euros enrolladito. Luego, cuando no tenía nada que hacer, desenrollé el billete y encontré una bolsita de plástico diminuta con dos pastillas de éxtasis, una azul con el símbolo de la marca de relojes Rolex y otra, amarilla, con la forma de una pieza de dominó con los números cuatro y cinco.

El taxi-bicicleta era algo caro: un euro por minuto. Una chica muy bonita quería hacer un viaje muy largo por dos euros, tenía mucho equipaje y no muchas ganas de pagar todo el recorrido completo.
- El viaje costará mas o menos ocho euros - le dije. Con cara enojada me pregunta porque es tan caro a lo que yo respondo que el taxi no era mío, que yo no ponía los precios y que si yo estuviera en su lugar no tomaba el taxi ni loco. Ante tal sincericidio, ella me hace una contraoferta:
- Pero seguro que hay algo que te interesa de mí con lo que te puedo pagar. - La llevé gratis.

El bicitaxista con más onda del mundo. 
Dos tipos sin dientes, grandotes, gritones y algo extravagantes, me preguntan la tarifa. Arreglamos un tour de media hora por todo el festival a veinte euros. Win-win. La primera parada fue el camping, necesitaban buscar algo en la caravana donde estaban pasando la noche. Fuimos. Cuando paramos, uno de ellos me puso una pizca de cocaína en la mano que apoyaba en el manubrio de la bicicleta.
- Una pizca para que tengas más energía para el trabajo - Me dijo, a lo que yo le contesté:
- No me hace falta, tengo un motor eléctrico que me ayuda - Me compraron una cerveza fresquita que me tomé con mucho gusto y sin apuro

-¡Taxi!- Gritó Dani, un pibe de unos diez años, rubio con corte taza y de ojos azules inmensos.
- ¿A donde vas?- Le pregunté en castellano para ver su reacción al escuchar un idioma que seguro no entendería. 
- Al camping de voluntarios.- Me respondió en perfecto castellano, sin moversele un pelo. Era ucraniano, de madre holandesa, pero vivía es España. Hablaba castellano, inglés, holandés, ucraniano y  catalán (por lo menos). Sus padres estaban a cargo del salón de arte del festival. 
-Pasate por la galería de arte, está muy linda.- Me invitó
Cuando lo dejé en el camping de voluntarios me gritó:
-¡Chau amigo Pablo!

Llovía. Hacía frío. Mucho viento. Había terminado el turno de las once de la noche y necesitaba bajar un cambio así que rajé al comedor a ver si conseguía una taza de té caliente, algún sanduiche que haya sobrado o charlar un rato con alguien de por ahí. EL comerdor estaba cerrado. 
Frustrado, vi que fuera del comedor había una sola persona a quien me acerco sín descaro a preguntarle si tenía tabaco, sin importarme un rábano los meses que hace que no fumo. Me señaló una caja de cigarrillos sobre la mesa mientras luchaba con la llama del encendedor que saltaba al ritmo del viento. Tomo un cigarrillo y me siento no muy lejos, como para darle charla si tiene ganas, un código entre los que fuman. 
-¿De donde eres?- Me preguntó, ya que quien no hablaba holandés era de algún lugar raro. 
- De Argentina.-
- ¡Ah! ¿viste Relatos Salvajes? - Me preguntó, esta vez en castellano. 
- Si, la película de #Bombita. 
- ¡por fin alguien conoce esa película!
Era psicóloga. Trabajaba en la parte de urgencias para las personas que estaban teniendo experiencias desafientes con las drogas y hacía varios meses había visto Relatos Salvajes y no podía encontrar a nadie que la haya visto para poder hablar de ella. Era su película favorita. 

Nunca se sabe lo que te puede pasar en un festival. 



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