sábado, 5 de noviembre de 2016

El alemán que no entiende nada de fulbo.

Si no tenes ganas de leer, te lo leo yo: Click aquí

Yo vivo en Bochum, en un pequeño piso en las afueras de la ciudad. Hasta hace una semana vivía con Stefan y Lara, pero Stefan se ha mudado a otra ciudad por lo que fue reemplazado por Sabrina. Stefan es un chabón súper particular: entiende la modernidad, la disfruta y le da seguridad, pero también entiende que el mundo tal cual como lo conocemos ahora vuelve a la persona objeto de consumo y lo despersonaliza. Stefan acaba de terminar sus estudios en la Universidad en Geografía (lo que no sé es si eso lo convierte en un geógrafo, o geográfico, o profesor de geografía o licenciado en lo mismo). Antes de eso estudió filosofía, es un gran apasionado de la literatura, ciencia ficción y auto-didacta del modernismo, la evolución industrial, política, ciencia y actualidad. Si no menciono que escribió el guión para una serie de ciencia ficción que se terminó de rodar a mediados de este año y que es moderador en varios foros de opinión online, me quedo corto en la explicación de quién es Stefan. Es un tipazo, y una de las personas más inteligentes que he conocido: cuando da una opinión, la sabe defender con argumentos, libros y artículos, cuando desconoce un tema, sabe escuchar y observar y generalmente se pone a leer de tal forma que dos o tres semanas después lo conoce perfectamente.


Pero no entiende nada de fútbol. Es decir, sí entiende: sabe perfectamente que, si un jugador recibe un pase posicionado detrás de la ultima línea de defensa del equipo contrario, es automáticamente posición fuera de juego. Sabe que si el arquero recibe un pase de pie y la agarra con la mano, es un tiro libre dentro del área, y que si el jugador recibe doble tarjeta amarilla en el partido se va a las duchas con un sello rojo en la frente. Sabe eso y muchas otras reglas, todas las reglas. Lo que no entiende es el fútbol de verdad: porque un mísero partido te puede alegrar la semana o arruinar el mes completo. Por supuesto, él es alemán y aunque no se habla de rivalidades futbolísticas entre nosotros, no puedo ocultar la envidia que le tengo de tener viviendo en casa alguien cuya nacionalidad es del equipo con quien ha ganado recientemente la final del mundo. Coño.

Todo esto es para contar que una vez Stefan me dijo que yo no soy el "típico" argentino, y tiene razón: los argentinos, como el resto de los latinos, estamos permanentemente comparando nuestro país de origen con Europa: "que el pan en Uruguay es más blanco", "que las mujeres en Colombia son más culonas", "que la carne en Argentina tiene gusto a carne", "que la merca en Venezuela es más pura". Él me dijo que yo no soy así, pero también dijo que en materia de fútbol, le pego a todos los prejuicios. Que me pongo mal por el fútbol o se me dibuja una sonrisa orgullosa cuando Messi rompe algún récord en tierras extranjeras, como sintiendo que con esos hechos estamos re-colonizando tierras españolas, como una lenta y suave venganza al genocidio aborigen que sucedió hace quinientos años, y en esto, como casi en todo, Stefan tiene razón.

Tengo dos camisetas de Boca que uso frecuentemente: la amarilla suplente del 2008, con publicidad de Megatone y la tricot del año pasado, con un azul oscuro hermoso. Como puede él entender que esos mismos colores fueron los que vestía Román Riquelme en el 2000 cuando ganamos la intercontinental contra el Real Madrid de Iker Casillas, Roberto Carlos, Figo, Guti, Raúl y el indiecito Solari, con unas jugadas que quedaron en el recuerdo para siempre? (maravillas de Riquelme contra el Real Madrid) Cómo puede él entender el sonido de fondo de la televisión esos domingos por la tarde, calurosos, esperando que comience el partido? Cómo puede él entender que los domingos por la tarde NADIE pisa la calle en Argentina porque hay que ver EL PARTIDO? Cómo puede él entender que en la Argentina del 2001 lo único que nos sacaba una sonrisa y nos hacía olvidar del hambre por un ratito eran los goles de Palermo, una gambeta de Riquelme, un pase de Battaglia. Esas dos horas de fútbol eran el opio que nos adormecía un poco de la realidad y nos permitía respirar profundo, sentir el aire en los pulmones y disfrutar, disfrutar ALGO.

Pospost: si se interpreta que tengo algo en contra de Stefan no pueden estar más equivocados. La verdad es que se lo extraña muchísimo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario