miércoles, 30 de noviembre de 2016

Que cagada que me mandé.

Hoy me mandé una terrible cagada: escuché una canción de fútbol. Mierda. Las canciones de fútbol siempre tienen el mismo efecto en mí, son como una máquina para viajar en el tiempo que me hacen revivir el pasado. La canción es esta. Me transportó al año noventa y sieto o noventa y ocho, cuando estaba terminando la primaria. En los noventa un peso argentino era un dólar, por lo que recuerdo bastante bien el costo de  algunas cosas, a pesar de que las seguidillas de devalucaiones e inflaciones deforman la noción de los precios. Un paquete de tallarines estaba alrededor de setenta centavos, la caja de puré de tomate estaba cincuenta centavos, la lata de atún, quince, y de oferta las podíamos conseguir a once. Amaba el atún con arroz. También recuerdo que las porciones de torta que hacía con mi mamá a la mañana y vendía a la tarde en la escuela, costaban diez centavos.

Tenía un tupper blanco rectangular, donde entraban exactamente veinticinco porciones, lo que hacían dos pesos con cincuenta por día (o dos dólares con cincuenta para el lector internacional). Dos dólares con cincuenta que le daba a mi mamá para que compre arroz o fideos, o puré de tomates, o atún, si sobrara un puchito. Además hacíamos alfajores de maizena, los grandes costaban treinta centavos y los chiquitos quince. Al final sólo hacíamos de los grandes porque era menos laburo y los podíamos vender por docena. Los jueves la señora de la farmacia de la vuelta de mi casa nos compraba una tarta redonda y gordita de acelga, que vendíamos por cuatro pesos. Había que llevarla justo al mediodía ni bien salía del horno para que le llegue calentita. Lo bueno era que siempre pagaba. Así es que aprendí a cocinar. Lo primero fue esa torta  que vendía por diez centavos la porción: se hacía con cuatro huevos, tres tazas de harina, doscientos gramos de manteca y una taza de azúcar. La horneaba en una asadera cuadrada de la que salían las veinticinco porciones y un poquito más, que me quedaba como postre para después del almuerzo. Con mi mamá teníamos un trato: yo le daba ese dinero para comprar algunas cosas que necesitábamos y a fin de año ella me iba a dar toda la plata para pagar el viaje de egresados a Chile.

En este momento, y casi veinte años después a todo eso, me acabo de tomar un café en el bar cerca de casa que me costó dos euros con cincuenta. Y si bien hay mucha gente que me dice que no debo vivir en el pasado, que debo pensar positivamente y solamente mirar en el futuro, no puedo dejar de pensar en la cara de ese niño que andaba por la escuela con un tupper rectangular blanco ofreciendo porciones de torta a diez centavos. ¿Cómo habré sido? ¿Que habrán pensado mis profesores de aquel niño con una tonada rarísima y lleno de miedo a vivir? caminando preocupado por los dos pesos con cincunta que necesitaba por día para darle a su mamá?

Hace dos días mi hermano me mandó una foto por un grupo de whatsapp donde estoy con José, Dani y mi mamá, no recuerdo cuando fue tomada esa foto, pero sé que fue en la misma época en que salía a vender las porciones de torta. Por las plantas del fondo, la escalera marrón y las paredes despintadas sé que es en la casa de la calle Marco Avellaneda e imagino que fue tomada por mi abuela, pero no sé nada más. Nunca había visto esa foto, no sabía que existía. Es una de esas cosas de mi vida que estoy empezando a olvidar. Nadie de mi familia dijo nada, pero creo que todos lloramos en secreto. Me pasé horas mirando mi cara y en mis ojos descubrí algo que me dió terror: en esa foto me estoy mirando a mi mismo. Estoy mirando al Pablo del futuro, porque el Pablo niño sabe que un día voy a ver esa foto en un bar en la loma del culo mientras trato de redescubrir quien soy. Veo que necesito un abrazo muy fuerte y cálido. Veo que el mensaje es claro: me estoy diciendo a mi mismo, por favor, Pablo, salvame.





6 comentarios:

  1. Hay que repetir esa foto y mirarla dentro de 20 años de nuevo

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  2. Si chango! Anda comprandote un jardinero y una gorrita de Jean así salgamos igualitos!

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  3. muchas gracias Constanza :) finalmente lo único que importa es que uno se revele a sí mismo. un abrazo!

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  4. Muy tierno, Pablo. Muy conmovedor y convincente.
    Por si aún fuera necesario, te mando un fuerte abrazo.

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